Capítulo 3



"Bienvenidos al aeropuerto de Estocolmo. Son las 22:35 hora local, y la temperatura es de unos agradables nueve grados centígrados. Esperamos que hayan tenido un buen vuelo y les deseamos una feliz estancia."

La voz del comandante me transportó a la realidad de nuevo. Lenta y perezosamente, abrí los ojos para darme cuenta de que el avión ya había aterrizado. Me levanté, cogí la única mochila en la que llevaba todas mis pertenencias y me escondí.

Esperé a que abrieran el compartimento del equipaje y me deslicé sigilosamente por un hueco, saltando a la pista. Corrí y me colé, sin que nadie se diera cuenta, dentro del aeropuerto. Una vez allí, busqué el camino a la estación de trenes más cercana y cuando la encontré, compré un billete a Falkenhom. Mi verdadero destino.

Llevaba años esperando encontrar un lugar apartado y apacible en el que poder vivir sin miedo a recaer en mi pasado. Y menudo pasado.

Cuando te convierten en un vampiro, no eres una verdadera amenaza hasta que pruebas la sangre de tu primera víctima. Es entonces cuando entras en el juego y la persona que habías sido hasta entonces muere por completo. Te conviertes en un asesino despiadado y sin alma, un cazador sin arrepentimientos que no solo mata sino que disfruta haciendo sufrir a sus presas.

Desde sólo unas horas tras mi conversión y durante casi nueve décadas, Alec, Jamie y yo sembramos el terror en todos y cada uno de los continentes. Asesinamos a cientos, no, miles de personas en todo ese tiempo, muchas de ellas tan solo por diversión. Llegamos a ser tan temidos que incluso adquirimos un nombre dentro de la comunidad vampírica, "El trío de la muerte", que nos hizo famosos en el mundo entero por nuestra crueldad y nuestra insaciable sed de vidas humanas.

Aunque hacía ya ocho años desde mi última víctima, recordaba a la perfección lo que sentía. Lo que sentía con cada mordisco, cada cuello, cada garganta... Recordaba con total claridad cada rostro, los inútiles gritos de socorro... Pero sobre todo recordaba la sensación, esa sensación de euforia que me hacía sentir el ser más poderoso del universo. Una diosa entre mortales.

Pero todo había cambiado. De un día para otro, la euforia dejó paso a un terrible sentimiento de culpabilidad que me había perseguido durante ocho largos años.  Era perfectamente consciente de la cantidad de sufrimiento de la que era responsable, y mentiría si dijera que no pensé en suicidarme. Más de una vez.

Pero de momento y para aclarar mejor mis ideas, había decidido trasladarme a aquel pueblo, "Falkenhom", del que había leído tenía muy pocas horas de luz y no muchos habitantes. Buscaría un pequeño trabajo a tiempo parcial que me permitiera ganar el dinero suficiente como para tener un hogar propio y, tal vez con el tiempo, alcanzar una vida más o menos normal. Dentro de lo normal que pueda llegar a ser la vida de un vampiro.


"Siguiente estación, Falkenhom. Por favor recojan todo su equipaje y no olviden sus pertenencias. Esperamos que el viaje haya sido de su agrado".

Me había pasado todo el viaje con la cara pegada al cristal de la ventana observando la vasta oscuridad que envolvía el paisaje sueco. Bajé del tren echando una primera ojeada a lo que esperaba fuera un buen lugar para vivir.

Cuando eres vampiro, tienes que preocuparte de muchas cosas. La luz solar, bajo la cual te conviertes en polvo en cuestión de segundos.  El casi imparable impulso de lanzarse al cuello de cada persona que ves a tu alrededor. Y lo peor de todo, la inmortalidad. Odiaba la inmortalidad.

Como si mi vida no fuera ya lo suficientemente complicada, además tendría que vivir en un mundo asolado por guerras, cambios climáticos y a saber cuántos desastres más. Estaría condenada a afrontar el hecho de que durante mucho tiempo fui la causa de tanta muerte y sufrimiento que hubieran hecho que cualquiera de vuestros "asesinos" de hoy en día parecieran simples bromistas de mal gusto.

Lo primero que hice al llegar a aquel pueblo fue buscar un lugar donde poder establecerme. No quedaban muchas horas hasta el amanecer, y aunque sabía con casi total seguridad que aquel día estaría nublado no quería arriesgarme. Así que me acerqué hacia una especie de hostal.

Entré dentro. El sitio no era muy grande, aunque estaba bien aprovechado. Muchas mesas y sillas sobre éstas. Al final del todo, la barra. Y un hombre de mediana edad leyendo lo que parecía ser una revista de naturaleza. No se percató de mi presencia hasta el momento en que empecé a hablar.

- Ehm... Perdone, señor, ¿podría...? ¿Podría ayudarme? Es que verá, soy nueva. Acabo de llegar y...
- Necesita un lugar donde quedarse-dijo, levantando su mirada hacia mí-. No hay problema, precisamente quedó una habitación libre el pasado viernes en el primer piso, justo arriba.
- Vaya, muchas gracias. ¿Y cuánto me costaría? Porque no tengo mucho dinero, tan sólo unas dos mil coronas como mucho...

El hombre me miró pensativo.

- Si tiene pensado quedarse mucho tiempo, joven, podría pagarlo trabajando aquí.

Lo miré, incrédula. No podía creer que estuviera teniendo tanta suerte.

- Es verano. La mayoría de mis trabajadores son estudiantes, así que prácticamente todos están fuera ahora. Al menos por el momento, podría ofrecerle un empleo a tiempo parcial si le sigue interesando.
- ¡Claro!-casi no pude reprimir mi emoción-. De verdad, no sabe cuánto se lo agradezco, yo...
- Sólo prométame que será tan responsable y buena como me ha parecido que era en el momento en que ha entrado aquí, y no habrá necesidad de agradecer nada.
- Muchas gracias de todas formas. Ah, y por cierto...¿podría tratarse de uno nocturno?
- No le entiendo.
- Quiero decir, si podría trabajar en horas nocturnas. Es que de día no sé si me será posible.
- Bueno, supongo que no habrá inconveniente alguno en cambiarse el turno con alguno de sus compañeros. Hablaré con ellos y se lo comunicaré en cuanto esté seguro.
- De acuerdo.

El hombre me guió a través de unas escaleras para llegar al primer piso, donde abrió una puerta que me condujo a una modesta aunque acogedora habitación, con un pequeño baño individual y una cama frente a un también pequeño televisor. En cuanto terminó de resumirme las normas y los horarios del hostal, cerró la puerta y abandonó la habitación.

Estaba sola, al fin. Después de tantos años y tantos fracasos había logrado encontrar un buen lugar donde vivir.

Después de organizar lo poco que llevaba de equipaje, anduve hasta el cuarto de baño, encendí la luz y traté de observar mi rostro. Pero, tal y como yo esperaba, no vi nada. Ese es otro de los problemas de ser un vampiro: las superficies reflectantes como los espejos no nos reflejan en absoluto, todo era exactamente igual que si no hubiera nadie allí. Aún después de tanto tiempo, no había terminado de acostumbrarme.

Emití un pequeño bostezo. Y ante la siguiente pregunta contestaré: sí, los vampiros nos cansamos. Necesitamos dormir tanto como cualquier ser humano, con la diferencia de que nosotros lo hacemos durante el día. Me cambié de ropa para estar más cómoda y me metí en la cama, preparada para conciliar el sueño después de tantos días sin un lugar decente donde intentarlo.

Aunque no quería hacerlo, mi memoria se trasladó al pasado en el instante en que cerré mis ojos. A aquella horrible noche casi ocho años atrás, en noviembre de 2005. La noche en que todo cambió.

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